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Cuando los sueños nos hablan del amor que aún duele… y del alma que vuelve a abrirse

  • Foto del escritor: Irene Yebra
    Irene Yebra
  • 3 may
  • 3 Min. de lectura

los sueños nos hablan


Hace 29 años, Duna perdió a su padre. Y anoche, lo soñó.


Era su cumpleaños. Recibió una llamada por teléfono, algo imposible, porque cuando él vivía no existían los móviles. Y, sin embargo, en el sueño, tenía su número guardado, como si el tiempo hubiera doblado sus propias reglas. Escuchó su voz. Le decía: “Feliz cumpleaños, princesa”. Y en ese momento, Duna se rompió. Lloraba con el alma entera, un llanto que salía desde lugares que ni siquiera sabía que seguían abiertos. Le decía cuánto lo echaba de menos. Cuánto le dolía su ausencia.


En el sueño, él le decía que no había muerto. Que todo había sido una mentira. Que tenía otra vida, otra familia, ocho hijos. Y entonces comenzó la desesperación. Duna quería encontrarlo. Quería llegar hasta él. Reunirse con él de nuevo. Corrió como nunca, cruzando un paisaje apocalíptico, extraño, árido, lleno de trenes del siglo pasado, polvo, cielo sin luz. Todo era gris y marrón. Pero lo único real era su urgencia por alcanzarlo.


Mientras corría, entre sollozos, le hablaba por teléfono. A trompicones, con la voz quebrada, le contaba todo lo que había vivido en esos 29 años desde que se fue. Le hablaba sin filtro, sin orden, solo con la necesidad feroz de que él la escuchara. De que supiera. De que estuviera.

Lo único que deseaba era ese abrazo. Ese calor que recordaba. Esa presencia tan profundamente suya.


Cuando despertó, aún llorando, Duna entendió algo que había estado evitando: Cuando el alma vuelve a abrirse, también vuelve lo que más necesitaba encontrar.

En los últimos meses, Duna había estado atravesando un período de cambios personales profundos. Decisiones que, aunque aún no eran del todo claras, la empujaban a cuestionarse su camino y a replantearse lo que realmente deseaba de la vida. En este proceso de transformación interna, algo en su ser había comenzado a despertar. Había regresado a su fe, buscando ese anhelo de certeza, de paz, de fuerza para las decisiones que se avecinaban..


Tal vez no era casual que, en medio de este cambio, su subconsciente hubiese buscado lo que siempre fue un pilar en su vida: la figura de su padre. Esa figura sólida, de amor incondicional, que siempre había estado allí cuando el mundo parecía incierto. En su regreso espiritual, Duna había abierto puertas cerradas, y tal vez su alma, al encontrarse con esa vulnerabilidad y necesidad de protección, había encontrado consuelo en el recuerdo de su padre.


Hace apenas unas semanas, Duna había vuelto a su vida de fe. A la oración, a los sacramentos, al silencio que escucha. Llevaba tiempo lejos, distraída, absorbida por mil cosas. Pero en ese alejamiento, algo en ella se fue apagando. Porque cuando uno no crece hacia adentro, decrece. Al regresar a su espiritualidad, algo se despertó. Volvió su sensibilidad. Esa parte suya que no se conforma con lo superficial. Que necesita lo eterno. Lo verdadero.


En ese sueño, su padre no era solo su padre. Era símbolo del amor que permanece. De la ternura que no desaparece con la muerte. De lo que la sostiene incluso cuando el mundo parece desmoronarse.


Y aunque todo a su alrededor, en ese sueño, pareciera el fin del mundo… él estaba ahí. Y ella también. Buscándolo. Corriendo. Llorando. Hablándole.


A veces los sueños no son solo ecos del pasado. Son respuestas suaves a oraciones que aún no sabíamos que habíamos hecho.

Porque cuando el alma vuelve a abrirse… también vuelve lo que más necesitaba encontrar.

“Me buscaréis y me encontraréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” Jeremías 29,13

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Sobre este blog

Un espacio creado por Irene Yebra para compartir historias, entrevistas y estrategias de comunicación. Periodismo, creatividad y contenido con propósito.

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